Algo más sobre mí
Nací en Santiago de Cali a
mediados del siglo pasado. Una ciudad muy diferente a la de ahora, quizá todavía
un poco provinciana, pero tranquila,
segura, sin invasiones, sin barrios
miseria, sin embotellamientos de tránsito. Una ciudad en la que podías caminar sin recelo prácticamente por
todas partes; disfrutar sus ríos incontaminados; bañarte en
los alejados charcos del Cabuyal sin ningún
peligro; pasear de noche y desprevenidamente por la Avenida del Río (y
por todas partes); hacer tus compras sin
recelo en la galería del Calvario; acudir a misa en la madrugada y toparte con
las infaltables beatas vestidas rigurosamente de negro. Una ciudad en la que
todavía era frecuente ver el sacerdote en
las mañanas llevando los santos óleos a
un enfermo grave
en medio de cantos religiosos y a través de un camino cubierto de pétalos de
rosa; en la que el zapatero remendón, el
afilador, los compradores de botellas usadas, los soldadores de ollas, la leche
repartida en camioneta, eran
figuras cotidianas en todos los barrios. Una ciudad en la que todavía
las mujeres no acostumbrábamos usar pantalón sino para los paseos campestres; en la que no existían aún las marcas famosas
ni los grandes supermercados y en la cual los restaurantes se contaban con los dedos de la
mano. En la que todavía no había
asaderos de pollos, pizzerías ni comida rápida
y en la cual debíamos acudir necesariamente al centro a
realizar nuestras compras pues era la única zona comercial de la ciudad. Una ciudad inolvidable, amable, sencilla y cálida en la que era
notoria la alegría y el espíritu rumbero de sus habitantes pero que todavía no
se había convertido en la Capital Mundial de la Salsa, pues era simplemente, la Sultana del Valle. Una
hermosa, señorial y cálida sultana.
Disfruté una niñez mágica marcada por los relatos maravillosos de mi madre y por las costumbres y ritos cautivadores con los cuales ella rodeó mis primeros años. Creo que empecé a amar los
libros desde el vientre materno. Mamá fue una mujer muy inteligente, una gran
lectora y una madre incomparable. Para
ella cada uno de los embarazos de sus once hijos fue el periodo sagrado de la
gestación de un ser feliz. Durante sus embarazos, procuraba tener solo
pensamientos positivos; leía muchos
libros, pero solo libros con historias felices. Creo que mi concepción y
gestación debieron ser inusitadamente
placenteras porque nací con una
sorprendente propensión a ser feliz y a ver siempre, o casi siempre, el lado amable de la vida. suelo decir
parafraseando los versos de César Vallejo: yo nací un día que Dios estaba
alegre… feliz.
Sería largo
contar la serie de hechos felices que rodearon mi infancia pero en
mi corazón se quedaron grabadas
indeleblemente sobre todo, las
vivencias que disfruté en la temporada que vivimos en la casa Diocesana de Cali en la que funcionaban los
talleres del periódico La Voz Católica
que mi padre ; una casa con un
mangón de más dos manzanas donde viví
junto a mis hermanos pilatunas sin cuento. Otra etapa inolvidable de mi niñez
fue la encantadora estancia en Popayán
caracterizada por innumeras y gratas
correrías. Y siempre, siempre, a través
de todos mis momentos y de todos mis espacios, los libros, muchos libros. Ellos, como
siempre lo digo, han representado en mi vida,
la más maravillosa aventura.
Nunca fui una
belleza en el sentido estricto de la palabra pero al crecer me convertí en una
jovencita esbelta y atractiva que
arrancaba muchos piropos a su paso por la calle y sobre todo en los paseos al
río cuando acudía al Bosque Municipal en compañía de mi padre y de mis hermanos.
Estudié en la
Sagrada Familia y al graduarme de bachiller decidí acompañar a mi padre en su
empresa gráfica que en ese momento estaba todavía en formación. Esa fue mi
universidad. Allí, aprendí a admirar el coraje,
la inteligencia y el amor por su familia
de ese ser excepcional que fue José Fernández Morgado, mi padre. Mis funciones a su lado eran multifacéticas. ayudaba a corregir textos, llevaba la
elemental contabilidad, atendía a los clientes, cotizaba, cobraba, plegaba,
encarraba las revistas y periódicos; acudía al banco a depositar cheques, hablaba con el gerente para solicitar sobre
giros (algo muy frecuente en esos primeros años de la empresa)… Y si por algún motivo no acudía la chica de
la limpieza, pues barría y servía los tintos.
Ese fue un periodo realmente inolvidable y enriquecedor de mi
vida sobre todo por la presencia de mi padre.
Esta etapa
terminó al contraer matrimonio. Desde los quince años mantuve a la un noviazgo por carta
con un joven manizalita que estudiaba Ingeniería Química en la Escuela Politécnica de Quito. Nos conocimos en Cali
en una Novena de Navidad de las que se acostumbraba realizar en los barrios por
ese entonces. Al verme, quedó
literalmente flechado Iniciamos nuestro
noviazgo y al marcharse a estudiar a
Ecuador, nuestra relación continuó por correspondencia. Lo enamoró mi presencia
pero lo conquisté con mis cartas. Creo que allí empecé
mi carrera como escritora. Nos casamos
un año antes de terminar su carrera. No
quiso esperar más. Yo tenía veinte años
y él veinticuatro.
Luego de nuestro matrimonio viajamos a Quito ciudad en la cual él debía continuar su último año de estudios universitarios. Al graduarse tomamos la decisión de
radicarnos en esa ciudad. Quito era en ese entonces y lo sigue siendo, una
ciudad encantadora, de gente amable y buena y con un entorno lleno de misterio y de leyenda
que nos cautivaba.
Yo iba a ser -así me lo había propuesto-, la mejor esposa del mundo, la mejor cocinera, la
mejor amante, la mejor ama de casa, la mejor compañera, pero a veces las cosas no resultan como uno
las planifica. Esencialmente romántica, había imaginado una relación casi como de
cuento de hadas. Y claro, no resultó así. Mi matrimonio a pesar
del enamoramiento y pasión iniciales empezó a mostrar grietas de profunda incompatibilidad. Y en algo que para mí
era fundamental: los libros y la lectura. A mi esposo poca gracia le hacía que
yo “perdiera “el tiempo leyendo. Pero me había casado para toda la vida.
Por mi mente no pasaba siquiera la idea
de separarme de alguien a quien le había
jurado amor eterno. Y traté entonces de acoplarme a mi nueva realidad. Mi vida de casada
continuó pues con altos y bajos, con momentos a veces felices
y a veces frustrantes a través de muchos años.
Nacieron
mis tres hijas; crecieron; fueron primero
al colegio y luego a la universidad. Durante todo ese tiempo fui esencialmente madre, esposa y
ama de casa. Pero mi refugio eran los libros, la lectura. Asistía a cursos de
literatura y mantenía con algunas amigas un grupo literario en el cual
comentábamos los libros que leíamos. Colaboré también como ejecutiva de cuentas de
Dinners Club del Ecuador y luego como
correctora en la revista mensual de esa empresa. En determinado momento la editorial del Banco Central del Ecuador convocó a un
concurso para elegir correctores de estilo para la gran cantidad de libros que se editaban en esa institución. Al ingresar al salón en que nos tomaron la
prueba vi a unas cincuenta personas;
grande fue mi asombro al ver a
varios reconocidos periodistas y escritores entre los participantes. Contesté el examen que nos dieron a cada uno
y me retiré sin mayor esperanza. Cuál no sería mi sorpresa al saber días después que había sido elegida entre todas esas personalidades para desempeñar el cargo de correctora gramatical y de estilo de esa casa editora. En esa editorial trabajé como correctora durante dos años hasta que enfermó
gravemente la menor de mis hijas. En ese
momento lo dejé todo y me dediqué a ella. Luché por salvarla. Pero mis esfuerzos fueron inútiles. La vida
me deparó el dolor más intenso que haya experimentado jamás
al verla morir un mes antes de cumplir quince años a causa
de un cáncer maligno en la glándula
suprarrenal.
Pero la la vida continúa y también esta vez, a pesar de mi pena, siguió su curso. A lo largo del tiempo, de los sufrimientos y dificultades que nunca faltan, he comprobado que el mejor
remedio para el dolor es el trabajo. Un año después volví a trabajar como correctora, esta vez en la editorial Abya Yala de los padres salesianos. Una editorial que
publicaba una gran cantidad de libros anualmente. Durante esta misma etapa trabajé también en el periódico La Hora de Quito, una
maravillosa experiencia periodística pues en ese diario colaboré no solo como
correctora sino también como periodista con algunos artículos y crónicas.
El tiempo siguió
su marcha. Mis dos hijas se casaron y formaron sus propios
hogares. Y entonces, mi esposo y yo
volvimos a quedarnos solos, pero enfrentados ahora a nuestra soledad compartida. Las grietas que
nos separaban se hicieron profundas, insalvables.
Después de más de treinta años de matrimonio, tomé la decisión de
separarme.
Es duro decirlo,
pero a partir de ese momento volví a experimentar la inmensa satisfacción de
sentirme nuevamente libre, de volver a ser simplemente como tantos años atrás,
Leonor Fernández Riva. Y fui feliz. Intensamente feliz. Ya separada edité en Quito una revista de
añoranza que titulé Quiteñidad y que
fue calurosamente recibida por toda la sociedad quiteña.
Al año siguiente regresé a vivir nuevamente a Colombia al lado de mi madre anciana. La vida me otorgó el inmenso privilegio de poder acompañarla en la última etapa de su vida y de confortarla luego al momento de su muerte.
Al año siguiente regresé a vivir nuevamente a Colombia al lado de mi madre anciana. La vida me otorgó el inmenso privilegio de poder acompañarla en la última etapa de su vida y de confortarla luego al momento de su muerte.
Pero en Cali, me
aguardaba nuevamente el destino. En la
tarde de mi vida y cuando menos lo esperaba, llegó nuevamente el amor. Y tuve la dicha indescriptible de compartir
un amor apasionado y único con un ser especial. Un hombre de una gran belleza física y
espiritual. Un hombre que me adoró y al
que yo quise con la locura y con la
entrega que solo se tiene en esta etapa de la vida.
Pero el destino no transita por caminos rectos
y previsibles. Cuando menos lo esperaba, cuando la vida sonreía y parecía que
mi dicha iba a ser eterna, la muerte me arrebató de pronto y sin aviso ese
maravilloso ser. Santiago, mi gran amor, falleció repentinamente a la edad de cincuenta y seis años víctima de un aneurisma. Y en ese momento, literalmente, se me rompió el corazón.
Me costó recobrarme. Pero como bien dijo Cortázar en la tumba de su novia: “la vida es más fuerte que el dolor”. Y esta vez también, la agonía de ese adiós sin remedio fue dejando lugar poco a poco con el paso del tiempo a un sinnúmero de recuerdos hermosos. Y el dolor de la ausencia del ser amado se transformó entonces en la dulce evocación que hace plena y llevadera mi existencia.
Me costó recobrarme. Pero como bien dijo Cortázar en la tumba de su novia: “la vida es más fuerte que el dolor”. Y esta vez también, la agonía de ese adiós sin remedio fue dejando lugar poco a poco con el paso del tiempo a un sinnúmero de recuerdos hermosos. Y el dolor de la ausencia del ser amado se transformó entonces en la dulce evocación que hace plena y llevadera mi existencia.
Ahora, tengo un nuevo amante, un amante que llegó también en la tarde de mi vida; un amante prodigioso
que me depara intenso placer; que siempre está allí cuando lo necesito, que me
cuenta siempre historias nuevas, que me mantiene al día en todo lo que sucede y que
absuelve todas mis dudas; aunque a veces,
solo a veces, me saca también de quicio
cuando se desconfigura o se contamina con ciberbichos. Ese amante es mi computador. Con su ayuda y mi loca
imaginación me la paso escribiendo multitud de historias que se me vienen a la
cabeza. O comentarios que se me ocurren acerca de muchas,
muchas cosas y circunstancias cotidianas. No sé qué haría sin él. Creo que me he convertido en una ciberadicta.
Siempre me
pregunto: ¿Cómo hicieron escritores
prodigiosos como Honorato de Balsac, Víctor Hugo, Moliere, Cervantes, y tantos, tantos otros, para escribir sus prodigiosos textos sin la
ayuda de esta incomparable caja negra? El caso es que para mí se ha vuelto indispensable. Con su ayuda
edito anualmente el Almanaque
Imprescindible Leonor, una publicación con el sello característico de las revistas de antaño. Una réplica del conocido Almanaque Bristol
pero a la que le he dado mi sello personal. En ella trato de guardar un sano equilibrio
entre el humor, la información, la reflexión y las cápsulas de salud, cultura,
gastronomía y consejos útiles. Todo muy ameno para el lector. Ya voy por el séptimo
número y estoy imprimiendo treinta mil ejemplares.
Hace cinco años
publiqué mi libro de poesías Cristal con poemas sencillos pero apasionados y
sinceros que llegan al alma de quienes están enamorados. Agotada la edición impresa ahora está de
venta en la librería virtual de Amazon.
Mantengo en
internet varios blogs sobre temas variados.
El que más alimento es el de Opinión en
el que presentó las columnas que son publicadas en el Diario Occidente de Cali. Eventualmente colaboro también en la corrección y edición de varias publicaciones. Actualmente ocupo transitoriamente el cargo de gerente
general de Impresora Feriva, la empresa familiar, y me ocupo también de editar
íntegramente el boletín interno de la empresa, una
publicación dirigida al personal que labora en ella. He
participado en varios talleres literarios, todos muy enriquecedores pero
en este momento prefiero caminar sola
sin influencias de ningún tipo. Mis grandes pasiones son la lectura y la escritura. No tengo sin embargo, ninguna presunción respecto a mis
escritos y mi única expectativa al respecto
es que más adelante, quizá cuando ya no
esté aquí, alguno de mis nietos o descendientes
lea cualquiera de mis textos y piense, aunque solo sea por un instante en esa abuela loca a la que en el ocaso de su
vida le dio por escribir.
Por lo demás, mi
vida transcurre plácida y sin mayores
matices pero con mucha alegría y paz interior. A pesar de mi edad ( no, no se hagan ilusiones. No voy a decirla ) tengo una excelente salud y
eso colabora mucho con mi bienestar.
Como bien decía mi madre: “El secreto de la felicidad está en tener
buena salud y mala memoria”. Y yo disfruto de las dos, pero además he aprendido
que la palabra que más rima con felicidad
es tranquilidad y ella es también una realidad en mi vida.
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